martes, noviembre 22, 2005

Recuento

Que puedo decir si la experiencia de cada uno es así, única, absolutamente personal. Mi intenso y desafiante deseo de incrustarme en una vida en la que pensé tenia cierto espacio, no existía siquiera, creo que esa comprobación fue la parte mas dolorosa, no sé si seremos las mujeres resentidas por naturaleza, pero me dolió profundamente el roce con la verdad, aun me duele, pues si bien gran parte de esa mentira me la cree yo, también hubo gente que me ayudo a construirla, desentendidos ahora de ese dolor.

No puedo ni debo reclamos a nadie, fui e iré, si acaso así sea, bajo mi propio y único riesgo, desafié mi propia percepción y confié en mis sueños e instintos más que en las razones y en la verdad, pero no me arrepiento. Ese lugar creado, mentido y fantaseado fue un refugio necesario para mi subsistencia, tal vez ahora será otro, es necesario que así lo sea, le agradezco su vida, y por que no, también su dolor.

De todo esto solo sé decir que estoy segura que fue como debía de ser, como son los viajes, una construcción de puerta y posterior apertura de la misma en la cabeza, lo mejor fue encontrarme, saberme dueña de mi, perdida en mis dudas, tristezas y fantasías, pero por fin yo y solo yo, mas yo que nunca.

Tal vez el Hernán presentía esa perdida, ese dolor, esa posibilidad de imposible que traía yo conmigo, por eso este viaje le dolió mucho, mas que cualquier otro.

Solo 4 días después de llegar extrañe su presencia, supe de su amor y del mió por el, es verdad que los príncipes azules no existen, excepto por Joel Santillán quien me salvo en México DF como se salvaba a las princesas del siglo XIV, pero el Hernán es el hombre para mi, lo sé con la certeza de sus manos grandes y sus ojos chicos, y por sus palabras mudas que por fin escuche y leí.

Ahora veo todo lo mío más grande y feliz, es verdad que le tengo un miedo feroz a la soledad y fue lo único realmente claro que encontré en el viaje, mi más vieja y temida amiga soledad. Yo contra el mundo, yo contra mi misma.

Yo quiero agradecer, como se agradece en las tapas de los discos, a todos los que me ayudaron en este saludable suicidio, a mis entrañables amigos y amigas, que soñaron todo conmigo y vivieron mis más alocadas ilusiones, mis amigo-hermanas de Sucre que me hicieron sentir la felicidad de su complicidad. A mi amigo Magnus, grande como su nombre, y puesto en mi vida por el cielo y las coincidencias para impulsarme y entusiasmarme como solo sus ancestros vikingos se entusiasmarían con aventuras marítimas. A mi hermana Tika por la levedad que le ayuda a transitar la vida, la misma que me da para tomarlo todo con más calma. A mi madre y padre por entender que no puedo cumplir todos sus sueños. A Jesús Torres por darme lo que tiene, sin más. Al único y verdadero príncipe azul que pisa este planeta Joel Santillán.

Al único dueño de mi risa, mis pies y mis manos, Hernán por dejarme amarle y guardar mi cariño en el hueco de su espalda baja. Por sus palabras y su corazón.

Así termina esto, o tal ve solo empieza.

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