miércoles, diciembre 13, 2006

Por una galleta

Creo que el evento que marco el paso de la infancia a la pubertad viene diretamente relacionado con el calor insoportable de Asuncion, mi padre era piloto y por aquel entonces tuvimos que mudarnos a Paraguay para estar con él. Solo fuimos mi madre y yo pues mis hermanos mayores ya tenian su vida hecha, creo que en aquel entonces aun me costaba entender que en realidad mi fecundacion fue un arrebato de ultima hora, un reencuentro entre mis padres que se creyeron incapaces de concebir a los 40 pero que de pronto asi sin mas apareci yo ante la sorpresa de su supuesta infertilidad.
En Asuncion hacia un calor desmayante que se sumaba a toda la sofocacion que me producia vivir en un pais ajeno a los 12 años. Como llegue a Asunción ya muy empezado el año escolar,tuve que acomodarme en una escuela mixta, no de hombres y mujeres sino de menonitas y no menonitas.
Los ultimos dias de mi infancia los pase intentando enteder el castellano paraguayo, mirando el guarani inpronunciable y escuchando el aleman antiguo de los menonitas compañeros de clase.
Antes de llegar a Asunción Paraguya estaba exclusivamente asociado a arpas, al pajaro choui y a la foto pequeña del niño jesus que mi abuelo me habia regalado junto a su historia de ser prisionero en la guerra del Chaco con esa foto escondida para cuidarlo, y que despues me cuido a mi.
Poco a poco Asunción y Paraguya se fueron abriendo para mi, a fuerza de calor, guaraní y un par de ojos azules que se me quedaron debajo de los parpados desde que entre a la escuela mixta.
Con tant mezcla de lenguas y calor me era imposible salir al recreo, un sopor pesado me mecia y pronto caia dormido hasta que la campana de fin de recreo me despertaba.
En una de mis siestas soñe con un horno gigante del cual salian millones de galletas recien horneadas, el aroma envolvia todo aire y me elevaba en un vuelo de subidas y bajadas que de repente se trasnformó en una caida. Cuando desperte resbalando del pupitre vi la galleta de mis sueños justo en mi nariz, voltee asustado y vi un grupo de niñas con cabellos de oro que se reian desde el fondo del salón. Todas se tapaban la boca y miraban de reojo, para salir de tal apretura levante la galleta y dije: gracias. Fue entonces que unos ojos azules inmensos salieron a mi encuentro y una extraña palabra alemana se hizo dulce, cruzo el aire y llego hasta mi y mis 12 años, robandome todas las certezas que hasta entonces tenía.

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