viernes, junio 24, 2005

Olor

Cuando nos avisaron que el papá de Dña Liz había muerto todos compartimos la noticia en silencio, con algunos comentarios de pena, y otros de hermenéutica, para decidir a quien avisar como hacer, que decir.

La noticia entro por el auricular a la oreja de la secretaria, salió por su boca hacia la nosotros y se extendió por toda la oficina impregnado cada rincón con su pesadez y dolor. Suspendimos las actividades de aniversario. Como sahumerio de los primeros viernes de cada mes, no hubo ojos que quedaran sin ese temor.

A la secretaria le temblaban las manos y se negó a escribir las tarjetas de condolencia, vino Eleuterio a buscar un cheque y nos contó que venia del Hospital pues su esposa estaba mal, llenó con su prolija y elegante letra las tarjetas de condolencia y se fue, con ojos de sueño, con la tranquilidad forzada de los que temen.
Hoy se respira olor a flores fúnebres, angustia de un dolor que no es nuestro pero que nos tocara sufrir.

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