martes, diciembre 02, 2008

En una canción de Atajo el tipo todo grandote y malo, con ese vozarrón que tiene, canta un canción rara entre borracha y dulce en la que llama a su madre, le pide que le cargue como cuando era chango, echarse en su regazo dormirse y esperar que ella lo lleve a su cama y lo tape de esa forma en que solo las madres pueden tapar a sus hij@s.

Habrá un día en que no tendré casa a donde llegar, venderán la mía y será otro el olor de las cortinas, el sillón donde hago la siesta quedará en la casa de mi hermana recién mudada, el sol no le dará fuerte ni durante la tarde.
La abuela estará felíz de no olvidar los tres cuartos del departamento de edifico, ya no estará perdida en el laberinto de la casa grande. Pero las plantas morirán pronto, serán menos y ella olvidará que las regó hace poco.

Yo volveré a buscar un lugar más o menos parecido, hace mucho que no tengo esa sensación, esa necesidad, hubo un tiempo en que no me hizo falta, pero la orfandad está siempre al asecho. Solo quisiera echarme en las faldas de mi madre, que no me pregunte nada, que me acaricie el pelo, sin preguntas solo en silencio su mano me vaya quitando todos los temores, como si me cepillara la mixtura de una fiesta que no se me quiere desprender de la cabeza.

Querré volver a su útero al lugar único de donde no debí salir, de donde nadie debió sacarme, pero pobrecita ni ella misma sabía todo lo que sucedería después, es conciente de eso y siente una culpa tonta que pronto se le borra, se ve ahí un poco de ella misma tendida en su regazo, una mujer grande hecha niña, pidiendo auxilio en silencio. No será necesario dar fórmulas ni explicar procedimientos, solo ese retorno al cariño primario, esos ademanes instintivos de protección, esa necesidad de hacerse querer con las manos será suficiente.

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