miércoles, noviembre 21, 2007

La Sucre de mi infancia es una ciudad blanca, confitada, de calles curvilíneas, de subidas y bajadas.
Mientras el enorme ceibo del colegio, nos lanzaba sus hojas, nosotras corríamos a recogerlas en nuestro guardapolvos blancos.
Aun en los días de las más preciosas tormentas eléctricas, salíamos corriendo por la bajada de la calle Grau, donde mi padre, en su niñez, había encebado una tabla para resbalar dos cuadras empedradas.
En Sucre las banquetas de la plaza, sabían todos nuestro secretos adolescentes, allí se cruzaban todas las miradas y se tejían muchos destinos. "Todos los caminos van a Roma, pero pasan por la plaza"
En Sucre descubrí el placer de pasar mis dedos por el lomo de los libros.

Discutimos mucho sobre la capitalía con Erika, le dije que me parecía la peor forma de exigir progreso, ella me dijo que si la capital fuera Sucre yo nunca me hubiera ido. Nuestras palabras nos hicieron tajos que supimos sanar.

Necesito creer que algo extraordinario es posible.

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