lunes, marzo 17, 2008

El olor agrio de sus ropas

Tenía un desagradable olor a ropa guardada, aunque lucía limpio con el bigote negro y bien recortado, todos sus ademanes emanaban una impertinencia que incomodaba. Sonreía de un modo atrevido como si todo tuviera cabida en su boca. No lograba precisar qué era lo que me incomodaba de él, sólo cuando dejó un momento la oficina supe que era ese olor agrio de sus ropas el que me apretaba las víceras.

Cuando su incómoda estela se había borrado, regresó. Su mirada era triunfal, se acercó para entregarme el papel y sentí su aliento rancio en mi cuello, me descompuso las tripas ese calor fétido de su boca.
Algo en mí se alarmó y me alejé de inmediato. Luego no pudo más y guiñandome el ojo deslizó su tarjeta por la superficie del escritorio, como si me pasara la ficha de un juego que me tocaba jugar. No la toqué.

A él tampoco lo toqué nunca, no hay nada que puedan probarme, nunca entederán lo insoportable que se fue haciendo ese olor agrio de sus ropas.

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